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✓ PERO QUÉ ME PASA?✓ CUANDO DECIDIR SUPONE UN PROBLEMA
✓ PSICOTERAPIA DE CALIDAD
✓ Y DESPUÉS DE LA NAVIDAD, ¿TOCA REFLEXIÓN? ¿O NO?
PERO ¿QUÉ ME PASA?
A menudo, muchos pacientes expresan en consulta algo que hasta cierto punto resulta paradójico: ahora que estoy bien, que lo tengo todo, que no me falta de nada, ahora estoy peor que nunca.
Curiosamente, cuando vamos indagando vemos que no es cierta la primera afirmación: qué significa que ahora que lo tiene todo, y que quiere decir ahora que no me falta nada. Pero lo curioso, por decirlo de algún modo, es que ahora que "aparentemente" y cognitivamente parecería que debería estar bien, ahora me siento mal.
Cierto. A menudo, cuando parece que deberíamos estar bien, cuando parece haber alcanzado un nivel de confort o de bienestar, sobre todo en la relación, es cuando surge un malestar "inexplicable".
Evidentemente que cada caso es único y particular, pero insisto, a menudo es en estas circunstancias de "tranquilidad" que se hace evidente un malestar que se arrastra desde hace mucho tiempo. Un malestar motivado por vete a saber qué, pero que en definitiva mordisquea por dentro y aflora en forma de angustia, ansiedad, o dolores somáticos.
Son estos últimos, los dolores somáticos, entre otros, algunos de los síntomas de lo que coloquialmente se llama "la mochila".
Justamente en la terapia observamos, paciente y terapeuta, como el dolor de la "mochila" tiene relación con experiencias emocionales no digeridas, elaboradas: duelos mal cerrados, vivencias dolorosas evitadas, relaciones dolorosas, etc.
Personalmente me hace cierta gracia, por decirlo de algún modo, aquella expresión del "pasar página": "va, pasamos página que no pasa nada". Cogido en la literalidad queremos decir que nos olvidamos de lo que ha pasado y seguimos o vamos por otro tema o cuestión, como si lo que queremos pasar no hubiera sucedido o en todo caso, estuviera cerrado; sin darnos cuenta de que en un libro, pasar página significa continuar con la historia y que la página siguiente no se entiende sin haber leído la página anterior, y la anterior no tiene sentido sin la siguiente.
Y ahí está la cuestión importante: dotar de sentido lo que vivimos, la experiencia vital cotidiana: el trabajo, las relaciones familiares, de amistad, de pareja, el ocio, las aficiones,... Que todo tenga un sentido. Si no, el sin sentido es lo que aboca al sufrimiento, al no entender por qué un estar mal si aparentemente debería estar bien.
Es así como en la terapia, si no se puede hacer por uno mismo, se intenta tener una visión integral y holística de la persona para comprender cómo el sufrimiento que motiva la consulta no se deriva de una "página", de una sola experiencia, de un momento, si no que a menudo tiene relación con una historia vital en la que hay experiencias dolorosas o falta de experiencias de confort que aporten seguridad para afrontar el día a día con la tranquilidad y la seguridad deseada.
CUANDO DECIDIR SUPONE UN PROBLEMA
Para algunas personas el hecho de tener que escoger entre al menos dos o más opciones supone un verdadero problema, el conflicto de tener que elegir, tener que escoger. Otros, en cambio, eligen por impulso, sin pensar. Y en la vida, hay momentos en que se debe elegir, elegir un trabajo, tener hijos, irse de un lugar o de un país, unos estudios, sea cual sea para cada persona y momento.
A menudo veo en consulta a personas que hacen listas; listas de pros y contras, listas por que han oído o alguien les ha dicho que pueden servir para valorar la conveniencia o inconveniencia de algunas de las opciones. Y más allá de servir para ordenar y despejar pros y contras, no se acaban decidiendo. Esto, que es habitual verlo en consulta y que es fuente de mucho sufrimiento, cuesta mucho entender para la persona que le pasa y para las personas del entorno. Y por tanto, hace pensar que hay otra cosa que va más allá de los pros y contras "objetivos", algo, digamos más relacionada con las preferencias no objetivas, a los gustos, las expectativas, las emociones, algo que va más allá de lo racional. Y es en este terreno, cuando ya no se puede comprender el conflicto con la racionalidad cartesiana de las listas, cuando suele ser necesaria la ayuda de alguien externo que ayude a poner luz en lo "irracional", en la dificultad incomprensible de poder elegir una opción.
La ayuda de un tercero profesional, de un psicólogo, la ayuda que a menudo planteo en consulta no es tanto el sopesar las opciones, pues eso la persona ya lo ha hecho; si no poder averiguar cuáles son las motivaciones emocionales, genuinas y auténticas que le pueden permitir desatascar el proceso, y así, con este acompañamiento, poder hacer la experiencia de desencallarse, de desbloquearse y elegir.
Poder aceptar que uno se puede equivocar, que a lo mejor no será la mejor opción a pesar de que nunca se podrá saber qué habría pasado si...., poder hacer el luto de lo que al elegir renunciamos de las opciones que no elegimos, poder aceptar que eligiendo, uno pierde algo y esto nos pone en contacto con la imposibilidad de tenerlo todo. Si no se puede hacer este proceso adulto, el sufrimiento se hace difícil de apaciguar.
Evidentemente, esto requiere de un aprendizaje que como tal busca que uno pueda acabar haciéndolo solo y deje de necesitar al tercero profesional, al igual que durante un tiempo uno necesita en un momento de la vida a alguien para aprender a caminar, leer, escribir o contar.
En definitiva, el proceso terapéutico visto como un aprendizaje a través de la experiencia hecha en la relación con el psicólogo es lo que permite al paciente crecer y adquirir sus propios recursos, no los del psicólogo, sino los suyos. Y éste es uno de los objetivos básicos de una terapia de calidad.
PSICOTERAPIA DE CALIDAD
Empiezo por el final. Hay una frase que sintetiza lo que sería cualquier proceso de crecimiento de calidad, y especialmente lo que es una psicoterapia de calidad: se trata de enseñar a pescar y no de dar peces.
Cualquier terapia basada en dar consejos, más allá de que se pueda considerar o no terapia, puesto que no cura, lo que hace es perpetuar una relación de dependencia entre paciente y terapeuta, infantilizando al paciente, ya que la persona se hace dependiente de los consejos del profesional para sacar adelante cualquier hito de la vida.
Esto puede entenderse en un primer momento de urgencia para calmar el sufrimiento con que la persona demanda la ayuda: dar consejos para parar la situación concreta e inmediata que genera angustia, bloqueo y sufrimiento. Esto es la primera parte de un tratamiento.
Pero un tratamiento de calidad, más allá de este corto plazo, debe tener como objetivo principal, como meta-objetivo, promover la autonomía de la persona que consulta.
Esto significa que la persona que acude a la consulta de un psicólogo debe terminar el tratamiento, en primer lugar, habiendo resuelto lo que fue en un inicio el motivo de consulta. Pero también, si ambas partes lo acuerdan, promover la autonomía y que la persona sea capaz a través de su autoconocimiento, de desarrollarse en los distintos ámbitos de la vida, privado, social, laboral, relacional, con seguridad y tranquilidad, consciente de lo que decide y sobre todo de lo que siente.
Si uno es consciente y es capaz de identificar cuáles son las emociones que se mueven en su interior, puede decidir actuarlas o contenerlas, que no reprimirlas, y actuar de forma consecuente a lo que uno siente y es. Y así poder contener el miedo, la incertidumbre, la baja autoestima, la duda permanente, la soberbia, los distintos sentimientos que invaden el mundo interno.
Cualquier tratamiento basado en dar recetas, consejos, frases a la carta, da esperanza al momento, mucha, y puede ser y debe ser muy efectiva en un primer momento, pero no da herramientas a la persona para ser autónoma.
Las verdaderas herramientas residen dentro de cada persona, y los mejores tratamientos, los que tienen menos recaídas a lo largo de la vida de la persona, son aquellos que hacen surgir de dentro de cada persona lo que uno es y quiere, no lo que es y quiere el psicólogo.
Para llegar aquí es necesario e imprescindible que antes el psicólogo se conozca a sí mismo para poder diferenciar qué es de él y qué es del paciente, lo qué supone haber estado al otro lado de la relación terapéutica, haber sido paciente antes que psicólogo, y esto no es habitual. Si no es así, es muy difícil poder entender la condición humana, qué se mueve en una relación, y por tanto poder mostrar a la otra persona que está pasando, que está sintiendo y siente sin darse cuenta.
Se trata de que en la relación terapéutica se pueda ir descubriendo a través del método de investigación que constituye la terapia, cuáles son los aspectos de la persona que le generan malestar, sufrimiento, y poder modificar lo que se pueda modificar.
Y DESPUÉS DE LA NAVIDAD, ¿TOCA REFLEXIÓN? ¿O NO?
Está claro que a la mayoría de las personas estas fechas no las dejan indiferentes: sea por que se siente algo diferente del resto del año, o sencillamente por que se esfuerzan en que sea como otras fiestas del año , que no lo son. Por tanto, con esta pretendida indiferencia hay un plus de energía para hacer ver que no significan nada que en sí mismo ya significa algo.
Y para las personas que sí les supone algo, también creo que se puede decir que algunos pueden sentir, como mínimo, dos tipos de sentimientos a la vez y a menudo contradictorios: la alegría inducida por las fechas y que queda manifiestamente reflejada en las familias donde hay niños, y la pena o la tristeza por todas aquellas personas que se echan de menos, haga poco o mucho que ya no están. Cierto es que la intensidad de la pérdida tendrá cierta relación con el tiempo que hace que falta la persona añorada, pero no siempre tiene por qué seguir esta pauta. Muchas veces alguien puede sentir una pérdida muy intensamente aunque haga mucho tiempo que se haya ido. Todo dependerá de la capacidad de digerir el luto y el dolor que puede dejar la falta del otro. Por tanto, las fiestas de Navidad suelen ser fiestas que a quien más o a quien menos algo mueve, poco o mucho, aunque sea por quejarse de que son fechas que inducen a un consumismo muchas veces injustificado y que últimamente menos personas pueden llevar a cabo sin tener que vigilar cómo queda la tarjeta o el monedero.
En la consulta, a menudo veo cómo muchas personas reflexionan sobre las comidas familiares navideñas, algunas por que se ven obligadas a sentarse en una misma mesa con personas con las que no se sienten más unidos que con otras con las que no son familia. Y otros reflexionan sobre las comidas navideñas por estar contentas de reencontrarse con familiares que si no son por estas fechas no ven en todo el año a menos que haya alguna celebración o algún fallecimiento. A menudo, por tanto, son fechas que movilizan, que más allá de lo harto que uno puede quedar de comida, también se puede sentir harto o desbordado, según como, por sentimientos poco habituales en intensidad y en relación a personas diferentes de lo habitual.
Es en el espacio de terapia, si no se puede hacer solo, donde se puede hacer el intento de entender todos estos movimientos, si están ahí y sobre todo si generan malestar. El objetivo será pensar, sentir, experienciar y entender cuáles han sido los motivos por los que uno ha podido sentir unas u otras cosas en estos días, negados por algunos como días especiales, anhelados por otros y por tanto, magnificados por unos y otros. El objetivo, en definitiva, es poder disfrutar de unos días, así como del resto del año, a través de la conciencia de lo que sentimos y de lo que significa, entendiendo el sentido que puede tener.
Entender la necesidad de los mayores y no tan grandes por ver a la familia junta, o la ilusión de los pequeños por hacer cagar al tió, papá Noel, los Reyes, ... Y en general, entender la necesidad que tenemos la mayoría personas de relacionarnos con aquellas personas que dan un sentido a nuestra existencia, sean o no familiares. Y por tanto, lo que se busca en el tratamiento es tener un estado de tranquilidad que permita reencontrarse con quien sea, presente o ausente, sin que implique un malestar incomprensible; vivir con conciencia, plenitud y sobre todo, con tranquilidad.